El hombre ha utilizado drogas de origen vegetal desde tiempos muy remotos, pero los avances revolucionarios de finales del siglo XX y principios del XXI han provisto los medios para que se produzca la avalancha moderna del abuso de las drogas.
Asimismo, el rápido desarrollo de la industria farmacéutica, las comunicaciones y el transporte internacionales, la prosperidad de muchas naciones y las migraciones en masa hacia las ciudades han provocado una verdadera explosión para el consumo de estupefacientes, ya sean vegetales o sintéticos. Las restricciones culturales que en otro tiempo limitaban el uso de las drogas en los países en vías de desarrollo, han cedido ante la influencia permisiva occidental.
Según el último reporte Mundial sobre las Drogas de 2013 publicado por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) se estima que alrededor de 315 millones de personas entre 15 y 64 años de edad consumen algún tipo de narcótico, lo que representa 6,9 por ciento de la población total. Destaca en este informe la proliferación inédita de nuevas sustancias sintéticas —alrededor de 251— que se venden como “drogas legales” que bien pueden ser vendidas como sales de baño o incienso, aunque bien la marihuana, derivados del opio, la cocaína y las anfetaminas siguen siendo las drogas más consumidas en el mundo. En contraste, al año mueren 247 mil personas a causa de uno de estos estupefacientes.
¿Por qué los jóvenes de este mundo se empeñan en su propia destrucción? ¿Por qué cada día más y más ‘adultos’ se entregan al consumo de drogas y alcohol empeñados en seguir su camino hacia el vicio, la enfermedad, el crimen y la muerte?
El abuso de estas sustancias peligrosas se ha difundido en Estados Unidos y Europa como el fuego en un matorral. Y la situación no es nada diferente en Oceanía, Asia, América Latina y África, ya que la peor plaga social de nuestra era ha traído graves repercusiones a nivel económico y personal que van a la alza, ya que en los países en vías de desarrollo también están plagados de problemas que se relacionan de alguna forma con el uso y abuso de las drogas. En algunos casos estos problemas han existido desde tiempos antiguos. Cientos de millones de personas en estos países se aferran a los estupefacientes en busca de un aparente ‘regocijo’ para su miseria y sus problemas.
Sin embargo, no importa si las naciones gozan de prosperidad material o viven en la miseria, no importa su sistema económico o ideología política, no importa si tienen religión o, la verdad es que los gobiernos occidentales y orientales, los sistemas educativos primitivos y modernos, y las grandes religiones se han mostrado incapaces de detener el azote de la drogadicción.
La crisis social de nuestra época
Hace falta mucho más que conocimiento, desarrollo, cultura o tecnología en el conocimiento y en los valores de todas las naciones del mundo. A las personas no se les enseña a buscar las causas y a resolver los problemas humanos. Al contrario, millones han sido educados para que busquen en las drogas y en productos químicos la solución a sus problemas.
Por ende, los gobiernos prefieren legalizar sustancias nocivas para la salud humana, antes que implementar programas preventivos y/o correctivos, que no sirvan como un placebo, sino que verdaderamente ataquen el problema en todos niveles: económico, laboral, familiar, entorno social y judicial, primordialmente, y no necesariamente en un orden preestablecido.
Por desgracia, nos enfrentamos a hombres y mujeres incapaces de resolver el problema de fondo, quienes con discursos basados en “la tolerancia” avientan la roca para esconderse entre la multitud, ocultando siniestros intereses que antes ciertamente combatían: el auge de foros que buscan la aprobación de las autoridades y la sociedad sobre la legalización de la marihuana, o políticos y ex presidentes hablando a favor del tema para una eventual comercialización legal a nivel mundial son sólo algunos ejemplos de esto.
Lo cierto es que la marihuana, dicho por expertos del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de Estados Unidos, es un agente sumamente fuerte que afecta el organismo de distintas maneras, ya que el principal ingrediente psicoactivo que posee tiene afinidad por los tejidos adiposos (grasos) y cerebrales, por lo que quien haya fumado cannabis por algún tiempo tendrá que abstenerse durante meses para que el cuerpo logre eliminar los restos de dicha sustancia.
Aún desconocemos cuáles son todas las consecuencias del uso de la marihuana, pero a juzgar por lo que ya sabemos, no distan mucho de lo que la mayoría de estudios revelan.
El uso de la marihuana se popularizó desde hace casi 50 años —tiempo similar en que investigaciones en el pasado han revelado graves implicaciones del tabaco en la salud humana— y cada año se consiguen más pruebas de los graves atentados a la salud que produce la marihuana; física, mental y socialmente hablando.
Existen indicios cada vez mayores de que la hierba fumada con regularidad ocasiona daños pulmonares, lesiones del sistema inmunológico y quizá cáncer. El humo de la marihuana contiene posiblemente mayores agentes cancerígenos que el humo del tabaco, y qué decir de lo dañino de la cocaína, el tabaco, y las sustancias químicas como el cristal.
Una persona sincera y honesta, pero sobre todo, un juicioso gobernante o ciudadano que realmente quiera saber la pura verdad, no esconde los ojos ante tales hallazgos ni puede decir honradamente: “Yo no creo que la marihuana haga daño”.
Una perspectiva espiritual
Hay aspectos físicos y espirituales que se han pasado por alto en la búsqueda de las soluciones a los problemas. Cuando no hay propósito ni esperanza en nuestra vida, cuando hay aburrimiento, ansiedad, desespero y temor, siempre hay una causa. La causa es el quebrantamiento de leyes, leyes físicas y espirituales.
La Biblia trae muchos consejos sobre la tensión, la madurez emocional y la salud mental: “La congoja en el corazón del hombre lo abate; más la buena palabra lo alegra” (Proverbios 12:25).
Para vencer las tensiones que produce este mundo tenemos que desarrollar una actitud constante y positiva ante la vida, un aspecto importante es dar ayuda y ánimo a los demás por medio de buenas palabras, así como recibir apoyo de otros.
“El corazón alegre constituye buen remedio: mas el espíritu triste seca los huesos” (Proverbios 17:22). ¡Jóvenes! ¡Adultos! El remedio que se necesita ¡no es químico! El remedio verdadero ante las tensiones de esta sociedad es este enfoque optimista y altruista en la vida y, como consecuencia de ello, el interés genuino por el prójimo.
“El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos” (Proverbios 14:30).
Jóvenes, la Biblia revela que no seremos felices si pretendemos hacer nuestra propia voluntad y colmarnos de comodidades físicas. Jesucristo lo resumió al decir: “Mas bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35).
Al seguir el estilo de vida altruista de Dios, las tensiones debilitantes disminuirán hasta desaparecer. Entonces podremos cumplir lo que dijo el apóstol Pablo: “Por nada estéis afanosos… Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).
El creador puso a los seres humanos en la Tierra para llevar a cabo un asombroso designio. Dicho propósito es el desarrollo de la creación suprema de Dios: un carácter perfecto.
Dios creó leyes espirituales inmutables y leyes físicas que producen felicidad, sana alegría, esperanza y paz mental, cosas que todos deseamos y buscamos. Estas leyes espirituales reveladas constituyen un camino de vida que desarrolla el carácter del hombre y produce felicidad.
Cuando quebrantamos estas leyes espirituales cosechamos automáticamente las consecuencias: ansiedad, depresión, temor, angustia, codicia, odio, contienda, culpa. Muchos no se dan cuenta de que su sufrimiento es la consecuencia del quebrantamiento de leyes espirituales. ¡Los productos de origen vegetal o químicos nunca solucionarán los problemas espirituales!
Este mundo está secuestrado por Satanás, quien ha orillado al hombre a buscar la tranquilidad en las sustancias químicas a falta de la tranquilidad espiritual y un propósito en la vida.
Pero éste no es el propósito de nuestro Creador para la humanidad. Él no quiere que el hombre entorpezca o arruine su mente, sus habilidades y su salud por el abuso de productos químicos que destruyen nuestro cuerpo (1 Corintios 3:17).
Como parte del pueblo de Dios, debemos resolver nuestros problemas espirituales por medio del contacto con nuestro Creador, en lugar de buscar refugio en las drogas, el tabaco o el alcohol.
“Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en el Eterno su Dios” (Salmos 146:5).