“De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes; Conforme a tu misericordia acuérdate de mí, por tu bondad, oh Eterno”. Qué interesantes son estas palabras que el rey David escribió en Salmos 25:7. Nos dejan ver varios aspectos del carácter que este siervo de Dios mostró a lo largo de su vida.
Para muchos de nosotros, el hablar del rey David es sinónimo de un corazón perfecto, o al menos así relacionamos su nombre dentro de los pasajes bíblicos. Pero como todo ser humano, David tuvo fallas en su carácter, errores en su proceder. Pero lo más importante es que siempre mantuvo un corazón sincero y dispuesto para guardar los mandamientos de Dios, estuvo dispuesto a corregir su camino y a obedecer a su Creador muy a pesar de él mismo.
Al hablar el rey David de sus “pecados de juventud y rebeliones”, es de entender que estas palabras las escribió en una edad madura, o por lo menos tendría poco más de 30 años de edad, porque el profeta Samuel lo ungió como rey cuando era apenas un jovencito.
Existen comentarios bíblicos que mencionan que David tendría unos 17 años cuando fue ungido por el profeta Samuel: “Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu del Eterno vino sobre David…” (1 Samuel 16:13). Muy a pesar de que Dios miró el corazón de David y le agradó, y de que el Espíritu de Dios vino sobre él, cometió pecados y rebeliones como todo ser humano. Pero David siempre se mantuvo dispuesto a ser corregido para apartarse del mal camino y nunca más cometer ese mismo pecado.
Cuando somos jóvenes –y a lo largo de toda nuestra vida–y estamos siendo probados a fin de perfeccionar nuestro carácter, pensamos que las consecuencias de nuestros actos que van en contra del Eterno no nos dañarán. Aunque no nos demos cuenta de ello en el momento, la realidad es que todo lo que el hombre sembrare, eso también cosechará, no importando si tenemos 15, 20, 25, 35, 50 o más años de edad.
“Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6:8).
Por inquietante que parezca, David cometió faltas durante su juventud, ¡y tuvieron sus consecuencias! Fueron consecuencias tan graves que el rey David, años después de esos acontecimientos, le pide a Dios que no se acuerde de sus “pecados de juventud y rebeliones”. Podemos entender que era algo que le dolía, y esa es precisamente una de las principales consecuencias del pecado: deja heridas profundas y dolorosas.
Pero de los pecados de David, la Biblia no es tan específica porque no requerimos saber los detalles de aquellos sucesos. Dios no quiere que nos enfoquemos en eso. Dios quiere que nos enfoquemos en tener un corazón dispuesto a obedecerlo, en un corazón limpio y generoso, en un corazón que a pesar de las imperfecciones humanas esté dispuesto a reconocer a Dios como su Creador. Dios quiere un corazón que se humille y que reconozca las faltas, pecados y rebeliones que cometemos.
Pero sobre todo Dios quiere un corazón que esté dispuesto a no volver a fallarle a Dios, en caminar hombro con hombro con nuestros hermanos siguiendo a Jesucristo, y con la Ley Eterna ceñida en la mente y en el corazón, porque ese tipo de corazón sabe que el pecado trae consecuencias y no quiere pecar.
El rey David cometió muchos errores en su juventud y durante su madurez también. Tuvo que pagar las consecuencias de ello, pero sus aciertos y amor por Dios y sus leyes a lo largo de toda su vida, fueron más grandes que todas esas faltas juntas. Ese amor por la Ley de Dios lo mantuvo firme y sin fluctuar en el camino al que nuestro Creador lo llamó. Al final de día, Dios le dará su corona de justicia y entrará en el Reino de Dios.
Jóvenes, al igual que el rey David, ustedes y yo somos conscientes que nuestras actos de hoy, sean buenos o sean malos, traerán consecuencias –consecuencias buenas o consecuencias malas. Esforcémonos por sembrar buenas obras en justicia para tener consecuencias buenas, porque ese el único camino para segar vida Eterna.
“Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”, (Gálatas 6:8).