Por Jorge Iván Garduño
Probablemente en alguna ocasión habrá oído a alguien que no es cristiano decir con acento de disgusto al juzgar a alguien que cree en Cristo: “Si eso es ser cristiano, yo no quiero saber nada de eso”.
¿Cuántas personas juzgan a Dios por la forma en que viven los que profesan el verdadero cristianismo? ¿Cuántos suponen que uno debe vivir una vida enteramente perfecta antes de convertirse al cristianismo?
Muchos suponen que un cristiano debe ser perfecto y no hace nada malo, por lo que si alguien ve algo indebido acerca de un cristiano, ¿significa eso que él no es un verdadero cristiano?
No necesariamente. Muy pocos saben realmente lo que es ser cristiano. Muy pocos saben que la conversión se lleva a cabo gradualmente: es un proceso, ¡un periodo de desarrollo y crecimiento!
¿Cómo es esto? ¿Cómo es que es un proceso?
Existe un momento definido en que uno recibe el Espíritu de Dios, y es en ese momento específico en que la persona se convierte verdaderamente en un cristiano, ¡cuando se recibe el Espíritu Santo de Dios! En Romanos 8:9 Pablo nos dice que a menos que tengamos el Espíritu Santo, no podemos ser de Cristo.
Por lo tanto, es en ese momento específico —después del bautismo— en que uno recibe el Espíritu de Dios, queda en este primer sentido convertido, y esto ocurre repentinamente. Cuando tenemos el Espíritu Santo somos de Cristo, ¡somos cristianos!
Someternos a Dios
El propósito de la vida cristiana es prepararse para gobernar con y bajo Jesucristo en el futuro Reino de Dios (Apocalipsis 2:26-27; 3:21; Lucas 1:32-33). Para alcanzar esa promesa de salvación hay que pasar por un proceso, porque la vida cristiana es de constante preparación “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13).
Dios nos llama y nos abre el entendimiento por medio de su Espíritu. Por regla general, desarrollamos este entendimiento mediante una lucha interior, que sucede en nuestra mente, por lo que sufrimos una perturbación en nuestro ánimo al darnos cuenta de que estamos actuando mal. Es así como somos conducidos al verdadero arrepentimiento, no sólo por lo que hemos hecho sino por lo que vemos de cómo somos ahora. Eso no es fácil; nuestro “yo” nunca quiere morir.
Arrepentirnos significa rendirnos incondicionalmente a Dios, obedecer sus leyes. Por lo que debemos tomar la decisión por nosotros mismos: arrepentirnos y someternos a Dios y aceptar con fe a nuestro Salvador personal, y Dios pondrá dentro de nosotros su Espíritu Santo.
El verdadero cristiano debe crecer espiritualmente. El proceso de crecimiento requiere tiempo. En el momento de su conversión él es sólo un bebé espiritual y deberá crecer espiritualmente. Su naturaleza humana aún se encuentra ahí, todavía no ha sido destruida o removida.
El apóstol Pablo fue un verdadero cristiano, él se había arrepentido y recibido el Espíritu Santo. Quería con toda su mente y corazón y con verdadera sinceridad seguir el camino de Dios, sin embargo, luchó constantemente contra su propia naturaleza:
“Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago… De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí… porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Romanos 7:14-23).
“La ley de su mente” es la ley de Dios: los Diez Mandamientos. “La ley en sus miembros” es la naturaleza humana, por lo que en el versículo 24 Pablo exclama: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”. Aunque Pablo da gracias a Dios de que él lo hace por medio de Jesucristo y por el poder de su Espíritu Santo (v.25). ¡Pero esto requiere tiempo!
El cristiano verdaderamente convertido encuentra que a menudo tropieza y cae en alguna tentación, tal como un niñito que está aprendiendo a caminar a menudo cae. Pero hay que caer de rodillas pidiendo la ayuda y protección de Dios para no desanimarnos ni rendirnos. Hay que levantarnos y comenzar de nuevo.
¡El cristiano verdadero todavía no es perfecto!
Como cristianos debemos desarrollar un carácter recto para escoger el camino adecuado y resistir lo indebido, el deseo propio y la vanidad (1 Juan 3:24).
El propósito de Dios al haber creado al hombre es el de reproducirse a sí mismo. Y nuestro Creador posee un carácter justo y perfecto. Dios puede crear carácter dentro de nosotros; pero Él lo hará únicamente como resultado de nuestra libre e independiente elección. Nosotros, como seres independientes, tenemos nuestra parte en ese proceso.
Los verdaderos cristianos crecemos en el conocimiento de Dios por medio de la Biblia. Eliminamos constantemente de nuestras vidas hábitos erróneos para habituarnos a los correctos. Nos acercamos a Dios por medio de la oración y el estudio bíblico. Formamos el carácter divino, caminando hacia la perfección, aun cuando todavía no somos perfectos (2 Pedro 1:3-10).
Si hemos tropezado y caído ¡no nos desanimemos! Levantémonos y sigamos adelante. Si vemos a un cristiano hacer algo indebido, no hagamos juicios condenatorios —tengamos compasión y misericordia— nosotros no podemos conocer los corazones de otros, sólo nuestro Creador. CA